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Para una humanidad al borde del abismo. Lo que ha sucedido en las últimas cuatro semanas en Roma es un signo de esperanza.
En un mundo en llamas, al borde del abismo de un nuevo conflicto mundial; en un mundo marcado por la incapacidad de escuchar y por el odio que fomenta las guerras y la violencia reflejada también en el continente digital, que cuatrocientas personas se hayan reunido durante un mes lejos de casa para rezar, escucharse, debatir es sin duda una noticia.
Hay una voz profética capaz de alzarse y elevarse por encima de intereses, ideologías y partidismos que hay que apoyar y seguir: la del Obispo de Roma.
Vivimos una hora oscura, una hora en la que las guerras y el terrorismo, que masacran civiles y masacran niños, se sostienen con el puntal de la violencia verbal y el pensamiento único. Una hora oscura en la que incluso «paz», «diálogo», «negociación» y «alto el fuego» se han convertido en palabras impronunciables.
La Iglesia sinodal en la que insiste el Papa Francisco, y en la se ha embarcado toda la Iglesia Católica representa una pequeña semilla de esperanza:
Una hora oscura marcada por la falta a todos los niveles -empezando por los gobiernos y las clases dirigentes- de valor, previsión y creatividad diplomática.
Todavía es posible dialogar, acogerse, dejando de lado el protagonismo del propio ego para superar polarizaciones y llegar a consensos ampliamente compartidos.
En el mundo en llamas, la primera sesion del sínodo celebrado este mes de octubre representa una pequeña semilla, que esperamos esté preñada de consecuencias para el futuro de la Iglesia y de toda la humanidad.
La Asamblea se realizó del 4 al 29 de octubre, estuvo conformada por 363 miembros, de los cuales 54 fueron mujeres. Lleva el nombre: “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión”.
El proceso de la sinodalidad concluirá en el mes de octubre del 2024. Quedan en pie varios temas como desafíos, en la construcción de Iglesia como quiere su maestro Jesús.
JABV
