El Evangelio del día muestra a Jesús que devuelve la vista a un hombre ciego de nacimiento. En ese episodio hay varios actores: los vecinos, los amigos de Jesús, los papas del ciego, las autoridades judías.
El protagonista es un ciego que tiene una reacción valiente: no tiene miedo de lo que dirán los otros. El sabor amargo de la marginación ya lo ha conocido durante toda la vida, ya ha sentido sobre él la indiferencia y el desprecio de los transeúntes, ya ha sentido las consecuencias de vivir como descartado de la sociedad.
El papa Francisco, reflexionando sobre la actitud del ciego de nacimiento, a los cristianos de hoy nos hizo varias preguntas. El pastor de la Iglesia Católica preguntó, como el ciego:
- ¿Sabemos ver el bien y ser agradecidos por los dones que recibimos?
- ¿Testimoniamos a Jesús o difundimos críticas y sospechas?
- ¿Somos libres frente a los prejuicios o nos asociamos a los que difunden negatividad y chismes?
- ¿Estamos felices de decir que Jesús nos ama y nos salva o, como los padres del ciego de nacimiento, nos dejamos enjaular por temor a lo que pensará la gente?
- ¿Cómo acogemos las dificultades y los sufrimientos de los demás, como maldiciones o como ocasiones para hacernos cercanos a ellos con amor?
La exhortación final de Francisco en el día en que la Iglesia recuerda a San José, padre de Jesús, nos desafío a: “pedir la gracia de sorprendernos cada día por los dones de Dios y de ver las diferentes circunstancias de la vida, también las más difíciles de aceptar, como ocasiones para obrar el bien, como hizo Jesús con el ciego”.